En este periodo, la adquisición de habilidades motoras permite que el niño incorpore a su dieta alimentos de la comida familiar, aunque aprender a comer no siempre es sencillo. Cada niño tiene sus ritmos y requiere su tiempo…

Desarrollo psicomotor e ingesta en el 2º año

María del Carmen Rivero de la Rosa

Paola Díaz Borrego

En todo caso, el objetivo de este periodo es hacer la transición de la alimentación fundamentalmente láctea y triturada del primer año de vida, a participar de la comida familiar al finalizar el segundo año, mejorando de forma progresiva hacia texturas más sólidas, madurando su habilidad masticatoria y adquiriendo habilidades en la mesa, como manejo de cubiertos etc. 

Por esto es clave que se incorporen progresivamente a la mesa familiar y también que vayan conociendo los alimentos . En general deben adaptarse progresivamente las texturas de todos estos alimentos, permitiendo que el niño los conozca, los toque, los manipule y se los lleve a la boca, lo que permitirá una mayor y más rápida aceptación y ampliando la variabilidad de alimentos que incorporan a su dieta.

Cuando sea posible es preferible que los niños coman a su hora y en compañía de otras personas. Debemos recordar a las familias que el acto de comer es social y agradable, estableciéndose un entorno adecuado de aprendizaje de hábitos y de imitación de las buenas costumbres de los adultos.

Los niños pequeños generalmente hacen un número de comidas un poco mayor que los niños mayores, de tal manera que cinco o seis veces al día es una frecuencia suficiente. El tipo de comida y los momentos del día varían mucho en cada familia y dependen de los hábitos culturales. 

En general, no hay alimentos buenos o malos, sino una dieta bien o mal equilibrada. Deben comer de todo, pero con moderación. La dieta tiene que ser variada y equilibrada, adaptada a los gustos del niño. No existe en la actualidad un modelo único que muestre cómo debe ser la alimentación en este periodo. En todo caso parece que un modelo de alimentación debería estar basado tanto en criterios científicos como en consideraciones prácticas. Los criterios científicos consistirían en adecuar la alimentación a las recomendaciones de energía y nutrientes que garanticen un crecimiento y desarrollo normales, teniendo en cuenta también sus efectos preventivos sobre las enfermedades crónicas en el adulto; mientras que las consideraciones prácticas hacen referencia a los hábitos de consumo de una determinada población, a la disponibilidad de recursos y a las preferencias del niño.

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